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Donde la piedra sueña:
Guatapé, un destino que habla desde lo alto

Por John Acosta – Periodista de viajes

He recorrido más de 30 países, desde el este de Argentina hasta los Alpes Suizos, pero fue una piedra en el corazón de Antioquia la que hizo detenerme. Sentir. Recordar.

En mi trabajo como profesional de turismo internacional, he visto cómo Colombia se presenta al mundo en ferias, campañas, videos institucionales. Casi siempre, entre todas las imágenes posibles, hay una que no falta: la imponente silueta de la Piedra del Peñol. Un ícono. Un símbolo. Un imán.

Pero ver una imagen no es lo mismo que mirarla a los ojos

Para mí, una década atrás, parecía que viajar dentro del propio país a veces era más difícil que cruzar océanos. Yo lo hice tarde. Mis primeros pasos en el turismo colombiano fueron hacia el Oriente antioqueño, gracias a mi hermano Darío y su bella esposa María Isabel, me invitaron por insistencia de ella, a conocer esta parte de Colombia. Fue allí, en Guatapé, donde entendí que no basta con promover paisajes. Hay que contar lo que hay debajo. O mejor dicho, detrás.

La piedra está viva. Tiene alma, grietas con historia y raíces que no se ven. Sentado frente a ella, por un momento me convertí en el niño que pregunta. ¿Quién la subió por primera vez? ¿Qué historias se han borrado entre tanto flash?

Buscando respuestas, años más tarde, llegué a un documento digital que entonces muy pocos conocían. Un libro íntimo, hoy publicado, escrito por Sonia Patricia Aguirre Villegas, nieta del primer escalador de este monolito. Lo que leí en esas páginas cambió el rumbo de este reportaje. Me quitó el traje de cronista y me obligó a ponerme el de viajero emocional.

Porque no vine solo a contar lo que vi. Vine a escalar esta historia desde adentro.

Sonia: la nieta que escaló el legado

Sonia Patricia Aguirre Villegas tiene la voz firme de quien sabe lo que quiere. Contadora pública de profesión, empresaria del turismo por vocación y soñadora por herencia. Es una embajadora natural del Peñol, que dentro de todo un gran equipo de trabajo, Sonia es una de las piezas humanas de ese engranaje que mantienen vivo el espíritu del lugar.

Sonia, que describe a don Luis Eduardo no solo como abuelo, sino como amigo, maestro y brújula, ha tomado su legado y lo ha transformado en visión turística. Lo ha convertido en parque, en museo, en experiencia. Gracias a su liderazgo nacieron iniciativas como Piedra del peñol Entertainment, Piedraventura y el museo “Dos pueblos, una historia” Entre otros. También impulsó la creación del muro de escalada que hoy ha visto a más de 2.500 aventureros escaladores retar sus miedos con respeto.

Guatapé: un pueblo que se pinta para ser escuchado

Caminar por Guatapé es caminar por un lienzo vivo. Las fachadas multicolores, con sus famosos zócalos tallados a mano, no son simples decoraciones: son cápsulas culturales que narran la vida, el trabajo, la fe y la historia de un pueblo resiliente.

Cada casa tiene algo que decir. Una herramienta, un animal, una escena campesina. Es arte funcional. Es identidad colectiva. Y junto a la piedra, generan un contraste perfecto entre lo inmenso y lo íntimo.

Guatapé es ejemplo de turismo inclusivo. Aquí, cada actor del territorio tiene un rol: campesinos que prestan sus caballos para las cabalgatas, mujeres que lideran proyectos de café en la cima del Peñol, jóvenes que guían, emprenden, crean contenido. Es un ecosistema turístico sostenible y circular, donde los beneficios no se concentran: se redistribuyen.

El Café del Pensamiento: aroma de dignidad y milagro entre escalones

En lo más alto del Peñol hay café. Pero no cualquier café.

El Café del Pensamiento es un proyecto liderado por mujeres cabezas de familia que ofrecen mucho más que una bebida: ofrecen su historia, su sonrisa y su fuerza. Preparan la bebida desde la madrugada y la suben hasta la cima, donde cientos de turistas se detienen no solo a mirar el paisaje, sino a mirar hacia adentro.

Y hablando de esto, me surgió una duda —y seguro no soy el único—: ¿Qué pasa cuando hay mucha demanda y algo se acaba? ¿El azúcar? ¿El café? ¿El agua caliente?

¿Habrá un héroe anónimo, con piernas de acero y alma de atleta, que baja y sube los 740 escalones cada vez que falta algo? Si es así, no hay duda: merece una medalla… o por lo menos una crónica entera. Porque correr con termos a cuestas por esa escalera es una hazaña digna de aplausos.

Y justo cuando las piernas comienzan a negociar con la voluntad entre los escalones 400 y 450, aparece una pausa inesperada: una gruta en la roca que resguarda la figura de la Virgen. No hay aviso ni cartel. Solo una pequeña imagen, rodeada de piedritas, velas apagadas y el murmullo de algún suspiro.

Allí muchos aprovechan para rezar… o al menos para pedirle un milagrito:

—“Virgencita, que me aguanten las piernas para llegar al 740.”

Y otros simplemente la miran como diciendo: “Hasta aquí me trajo Dios, lo demás es pulmones.”

Es una mezcla entre fe y descanso, como si el espíritu dijera: “Sube, que ya falta poco.”

Al llegar a la cima, la piedra no solo regala vista: regala identidad.

Esta también ha sido una de las apuestas personales de Sonia, que desde hace años ha venido facilitando el espacio para que las artesanías no solo estén, sino que cuenten. Que dialoguen con el viento, con el turista, con la montaña.

Además del Café del Pensamiento, hay un rincón para las artesanías. No son souvenirs genéricos. Son piezas vivas de cultura traídas por artesanos de diferentes regiones de Colombia: Wayúu, Pasto, Boyacá, Tolima, el Caribe. Hay sombreros, tejidos, collares, tallas, cuadros en miniatura y muñecas que parecen llevar el acento de sus pueblos.

Cada puesto es una bandera. Una esquina del país. Y así, la piedra se convierte también en embajadora de la patria.

Porque cientos de turistas, al subir, no solo se llevan una foto. Se llevan una historia.
Se llevan un pedazo de Colombia en la cámara, en la mochila… y en el corazón.

De la piedra al agua: turismo integral y con propósito

La represa, que alguna vez fue sinónimo de pérdida, hoy es una fuente de vida. Sobre sus aguas se deslizan, lanchas, motos acuáticas, canoas, kayaks, deportes acuáticos. Hay planes de pesca artesanal, botes convertidos en castillos flotantes, y hasta paseos en helicóptero para ver desde el cielo ese pequeño universo rodeado de montañas.

La economía se mueve con respeto. El turismo no ha llegado a destruir, sino a reconstruir vínculos. Cada experiencia, cada foto, cada taza de café genera empleo, activa memorias y deja aprendizajes.

Mito, ciencia y poesía: ¿de dónde vino la piedra?

Dicen que la piedra es solo la punta visible de un cuerpo rocoso quince veces más profundo que lo que asoma. Que podría ser un meteorito, un fragmento de planeta, un pedazo de volcán petrificado, o incluso una ofrenda de Dios.

No importa cuál teoría elijas. Todas caben en este relato, porque todas alimentan el alma del viajero.

También hay una leyenda popular que dice que el diablo intentó llevarse la piedra. Que un día, furioso porque los campesinos de la región ya no le temían, subió del infierno dispuesto a robarse el Peñol para hundirlo en el abismo. Pero justo cuando intentaba arrancarla, amaneció, y el sol lo obligó a soltarla, dejando sus garras marcadas en la roca, una especie de cicatriz en donde un hábil un nieto de don Luis, Nelson Hincapié, continuo la construcción de los escalones donde hasta la fecha decenas de miles de turistas han subido a la cima sin mayor dificultad.

Verdad o no, esa historia vive aún en los relatos de los más antiguos del pueblo. Porque esta piedra, además de tener peso, tiene espíritu.

Y subes tu mirada poco más abajo de la cima, desde abajo veras que hay una gigantesca marca visible que todos comentan al llegar, son esas enormes letras blancas de unos 30 metros de largo que dicen “GI” y que quedaron estampadas como una cicatriz sobre la roca.

Cuenta la historia que estas letras fueron pintadas por habitantes del municipio de Guatapé en medio de una antigua disputa con El Peñol por la soberanía simbólica del monolito. Era una carrera para escribir “Guatapé” completo en la piedra, pero el gobernador de Antioquia los detuvo justo después que los orgullosos residentes anónimos de Guatapé terminaran de trazar la “G” y la “I”. Como parte de G. U. atapé.

Y así quedó: la palabra incompleta, pero cargada de significado.

Hoy muchos la ven como una mancha, otros como una firma, y hay quienes creen que la piedra decidió interrumpir la palabra justo ahí, como diciendo: “No soy de nadie. Soy de todos.”

La “GI” sigue ahí, enfrentando sol, lluvia y el juicio de millones de ojos. No se ha borrado. Como no se borra tampoco la memoria de los que han luchado por este lugar desde antes de que existiera el turismo como actividad económica reconocida.

Una conversación que también dejó huella

Hace apenas unos días, mientras conversaba con Sonia por teléfono, sentí que el eco de la piedra también vive en su voz. Hablamos por exactamente una hora, once minutos y once segundos. 1:11:11. Un número curioso. Un código angélico, dicen algunos. Una señal, pensé yo, de que lo que estábamos diciendo tenía un propósito mayor.

Sonia me habló con entusiasmo, con la cadencia de su marcado acento paisa, con esa firmeza que no necesita levantar el tono para dejar claro que cree en lo que hace. Me compartió sus vivencias como una verdadera embajadora turística en congresos internacionales en lugares como Turquía y Madrid entre otros, donde ha llevado a cuestas no solo el nombre de Guatapé, sino el de un país entero.

—“Medellín es mucho más que rumba o la tumba de aquel capo de la mafia que nos marcó mediáticamente. Colombia es cultura, es gastronomía, es naturaleza, es vida.”

Sus palabras no son un eslogan: son una cruzada. Ha luchado por mostrar al mundo una Colombia más auténtica, más integrada, más digna. No una postal, sino un destino que respira.

En sus viajes también ha encontrado muchos contrastes. Me contó, cómo algunos operadores turísticos extranjeros —en particular desde Argentina— venden a Colombia como un destino integral parte de su portafolio de servicios, y que algunos operadores turísticos Colombianos no han logrado hacer esto como lo hacen los Argentinos, incluso algunos tienen menos impacto, y con cierta decepción, me ha contado también que muchos incluyen a Guatapé y el Peñol en sus paquetes, pero solo como una breve escala, una parada exprés de menos de una hora, dejando el tiempo justo como para posar para decenas de fotos con la piedra de fondo y volver al autobús para seguir su recorrido. Una injusticia, dice ella, para un lugar que tiene tanto por contar y tanto por hacer sentir, en definitiva una maravillosa experiencia por vivir.

Por eso ella insiste en algo más profundo: la necesidad de un turismo que celebre la vida, que respete el tiempo, que sienta y se quede. Como buena paisa, me soltó una frase que lo resume todo:

—“Aquí en Antioquia se celebra hasta la caída de un diente.”

Y en su caso, también se celebra cada paso, cada proyecto, cada persona que decide quedarse varios días más para escuchar la piedra, y no solo fotografiarla, que vivan la experiencia de los dos pueblos, sin afán, que puedan degustar su gastronomía, las múltiples experiencias turísticas que el destino tiene para ofrecer, conocer a los locales, gente amable, soñadora con cientos de dichos con los que incluso se podría crear un diccionario para entenderlos y replicarlos en el momento justo, se podría decir incluso que estos habitantes, que son los mejores anfitriones ya vienen con la amabilidad impresa en su ADN.

El mensaje de Sonia: soñar también es hacer patria

Sonia lo resume con sencillez:

—“Aquí seguimos soñando. Como lo hizo mi abuelo. A veces es difícil. Pero vinimos a cumplir una misión.”

Y ese mensaje no solo resuena en lo alto del Peñol. Resuena en cada persona que ha decidido creer en su idea, por más loca o empinada que parezca.

Lo cierto es que esa piedra llegó para quedarse, como quedan las grandes historias:

firmes, altas, con grietas que cuentan y raíces que sostienen.

Y yo, que he pisado el mármol del Vaticano, cruzado los canales de Brujas y contemplado los Alpes, puedo decir que pocos lugares me han sacudido tanto como este. Porque aquí no solo subes. Aquí entiendes por qué estás llamado a escalar.

Y desde allá arriba, la piedra no solo se ve.

Se escucha. Y te dice: sigue soñando.

Por John Acosta – Periodista de viajes